La revolución empezará en el jardín
Políticas de representación e intelig(sinti)encia vegetal
Martes, Octubre 27, 2020Una especie viviente es una especie creativa, una especie que ha formado su entorno para funcionar en él y para que éste le sea funcional. Los primeros organismos vivos cambiaron completamente el planeta en la Gran Oxigenación. Las plantas han transformado la Tierra de tal manera que se hace habitable y respirable para todos los demás. En este proceso, las plantas son y crean imágenes. La biología nos muestra un camino para entender la creación como resultado de un proceso cognitivo que está más-allá-del-humano, una neurobiología de las plantas que las asume como cuerpos sintientes en relación interdependiente con el entorno, capaces de aprender y que responden construyendo un imaginario de posibilidades.
Seducido por las plantas como seres creativos, he venido desarrollando el proyecto El Pensamiento de las Plantas como una especulación sobre la posibilidad de la representación visual de las plantas desde un sí-mismo. Esta serie fotográfica se influencia de epistemologías indígenas, conceptos biológicos y posturas antropológicas contemporáneas como la de la antropóloga canadiense Natasha Myers, quien plantea una plantropoescena, como un potencial político radical al constatar que los humanos no estamos solos en el planeta, y que el antropos no es el único capaz de construir mundos habitables. El plantropos nos lleva a la plantropoescena: en parte planta, en parte humano, encarna la interdependencia involuntaria de las plantas y las personas, y está comprometida con una prosperidad colectiva. A diferencia del antropoceno, la plantropoescena no es una era geológica, sino una “escena” o episteme, una forma de entender la vida.. [1]
Esa manera de entendimiento de la vida implica un “vegetalizar” de nuestros propios sentidos para empezar a apreciar los modos expresivos y curiosos de las vidas vegetales. En el campo del arte experimental, desde los años setenta en la escena de vanguardia de la posguerra en Estados Unidos, algunos artistas y científicos exploraron esta idea en algo que se llamaría bio-sensing art. En esta exploración se mezclaron los nacientes campos de la electro-biología, la cibérnetica y la idea de ecologías de sistemas de información. Artistas como el norteamericano Richard Lowenberg investigaron profundamente las propiedades intelectuales y multisensoriales que conectan a los humanos con otras formas de vida. [2] Desde orcas hasta plantas tropicales, las especulaciones ya giraban sobre nociones de colaboración interespecies, agencia no-humana y el advenimiento de la inteligencia artificial. Sin embargo, si bien estas exploraciones con plantas partieron desde una colaboración abierta, transdisciplinaria, y han ayudado a expandir nuestro entendimiento sobre el tacto, el olor, el color, la textura y la forma del mundo que habitamos, [3]la ontología de donde nace y donde se asentó esa práctica entendía las capacidades cognitivas y sintientes de las plantas como un estatuto a describir en términos moleculares y químicos, es decir, desde la capacidad descriptiva racional. En otras ocasiones, los experimentos se transformaron en performances que proponían experiencias alucinógenas de comunicación entre-especies en tiempo real. [4]
En mi proyecto reconozco este legado, pero procuro ampliar la cosmovisión incluyendo nociones fundamentales de epistemologías indígenas que nos muestran que nuestra estética y nuestras prácticas sensoriales están entrelazadas con la vida vegetal de forma tan estrecha que los pensamientos, sentimientos y la producción de un imaginario funcionan de manera simbiótica.
Esta suerte de ejercicio de devenir vegetal sobrelleva una “inteligencia vegetal”, y entra en lo que Natasha Myers llama una “sintiencia vegetal”, es decir, un espacio más amplio donde se pueden activar nuevas formas de pensamiento sobre nuestras relaciones con las plantas, su percepción del mundo y cómo lo dotan de sentido. Así, no me limito a presunciones sobre la inteligencia y sus indicadores asociados, ni a una interconexión entre especies distintas mediatizada por tecnología.
La llamada “sintiencia vegetal” es, en realidad, algo que ha sido reconocido milenariamente por comunidades indígenas en distintas partes del mundo. Desde los Andes hasta América del Norte, por ejemplo, se puede observar que la relación de los pueblos indígenas con el entorno natural ha ido siempre más allá de la dicotomía, y que se asume una dinámica de flujo e interdependencia constante donde el acto de agradecer y pedir permiso a la tierra es parte de una cadena de manifestaciones de reciprocidad. Desde esta perspectiva, la ecologista y ciudadana de la Nación Potawatomi, Robin Wall Kimmerer, habla de los musgos como una instancia de vida que brinda servicios a las especies con las que ellos interactúan, siendo la relación musgo – árbol una de las más antiguas y perecederas de la historia.
En este contexto, creo que es necesario desarrollar un movimiento de ruptura desde la noción de pensamiento hacia la de sentimiento.
¿Qué es pensar?
Si definimos la inteligencia como la capacidad para resolver problemas, con las plantas y otros animales compartimos esa habilidad. Por tal razón, la noción de pensamiento dentro de este proyecto se desarrolla como un acto colectivo de producción de imágenes interespecies que explora los límites del lenguaje. Se trata de una respuesta visual a un momento pasado o a un estímulo exterior más allá del sujeto humano que experimenta y captura la imagen. Plantear el proceso como un acto colectivo con el bosque es una manera de abordar el problema de la representación política de los seres no-humanos como una estrategia de autorepresentación. Las imágenes desenfocadas constituyen pensamientos intuitivos, quizá traducciones fugaces que están más cerca de la sensación de libertad que de las lecturas con lógica neoliberal.
Históricamente, el entorno natural, pensado como el paisaje dentro de la historia del arte occidental, ha sido tratado como un objeto a representar desde la percepción retiniana. Ya en el siglo XX vimos la aparición de ciertos movimientos de vanguardia que tomaron al entorno natural más allá de su faceta representacional, pero que no llegaron a romper el canon. Hasta entonces, la naturaleza como objeto había sido filtrada en el cuerpo humano -casi siempre masculino y blanco- y convertida en imagen desde la perspectiva de ese antropos. Al parecer, el posthumanismo, las humanidades y las artes tienen todavía el desafío de desviar la atención eurocéntrica hacia otro tipo de plantropoescenas. Sin embargo, sí existen casos de artistas indígenas, campesinos y activistas que trabajan por la justicia social dentro y fuera de las instituciones oficiales, y que reclaman tierras ancestrales de manera concreta.
En El Pensamiento de las Plantas procuro desbordar esa tradición occidental asumiendo al entorno no como objeto, sino como sujeto en sí-mismo. Esta idea se nutre de la propuesta del antropólogo Eduardo Kohn, quien, en su libro How Forests think, tras cuatro años de experiencia vivencial con los runas de habla quichua de Ávila, en la Alta Amazonía ecuatoriana, plantea una antropología más-allá-del-humano.
En dicho texto se desarrolla una premisa central, la noción de sí-mismo. Kohn equipara la individualidad con el pensamiento, en el sentido de que si algo o alguien (una categoría amplia y no limitada a los humanos) experimenta intención, propósito, función o significado, entonces es algo o alguien que está vivo o "encantado". Por lo tanto, un bosque está vivo y pensando, al igual que un perro, un jaguar, un pecarí y una planta.
Kohn expande la discusión sobre la individualidad al explicar la vida como un proceso de signos en el que, desarrollando y citando el pensamiento de Charles Peirce, cualquier cosa viva es "algo...[que] representa a alguien, por algo en algún aspecto o capacidad”. [5] Así, animales, plantas y espíritus deben estar asumidos como seres-en-sí-mismos que co-definen al humano como parte de la dinámica planetaria.
Kohn sugiere que hay muchos tipos diferentes de seres, desde el "organismo limitado físicamente" hasta uno que está "distribuido sobre los cuerpos", [6] lcomo un grupo de personas o una colonia de hormigas. Para entender esto, dice, primero hay que provincializar el lenguaje, dado que toda la teoría social combina la representación con el lenguaje humano en general, porque el lenguaje humano depende de una representación simbólica basada en signos que son convencionales y que están sistemáticamente relacionados unos con otros. Los signos están contextualizados y relacionados directamente al objeto que referencian, y porque así funcionan los signos en el lenguaje, nosotros asumimos que todos los procesos de representación tienen estas propiedades lingüísticas asociadas. Pero la representación simbólica es distinta de la representación humana de las formas, la sobrepasa, está más allá de lo representado por la humanidad. Esa representación es conocimiento fuera del humano y existe a priori en el planeta. Emerge y cambia constantemente.
Así, los bosques y el mundo no-humano piensan, concluye Kohn.
Desde un punto de vista disímil, llega a la misma conclusión el neurobiólogo de plantas italiano Stefano Mancuso, considerado uno de los fundadores de estos estudios, quien defiende una inteligencia vegetal dada la sofisticada capacidad sensitiva de las plantas, su factibilidad para aprender y retener memoria al poder monitorear continuamente parámetros químico-físicos que les dejan entender y responder a su entorno. De ahí que los bosques sean en sí-mismos, porque comunican, sienten, representan, modifican y hacen posible y albergan el devenir. [7] Los bosques contienen la representación humana de las formas y la representación preexistente de un ser en sí mismo.
Pensar también es parte de la memoria. Si no tuviésemos memoria, ¿podríamos pensar? En nuestro caso, nuestro cerebro y nuestro cuerpo son los instrumentos donde reside la memoria. Y la memoria también es transcorporal, colectiva, así como lo es el pensamiento. Un pensamiento es una respuesta de esa memoria. Un reflejo es un breve recuerdo. Las hojas de una Mimosa pudica se cierran por un instantáneo reflejo que les recuerda algo. ¿Será que en su recuerdo los humanos somos un depredador, o simplemente al contraerse nos están diciendo que no las toquemos?
La mente y la cognición parecen definirse en su incorporación en el mundo, en actos sensorimotores simples en el mundo, en una interacción interespecífica constante de sensaciones. Coevolución y codefinición entre lo que soy por dentro y lo que está afuera y me define; un tipo de fenomenología de la plantropoescena en resonancia con las ideas de Maurice Merleau-Ponty, puesto que debemos comprender que la noción de humanidad no está basada en una oposición binaria al animal, al sub-humano, ni a lo más-que-humano.
Pero, ¿qué hacemos con el conocimiento de la sintiencia de las plantas? ¿Qué ocurre una vez que superamos el hecho de que estamos rodeados por seres sintientes no humanos y empezamos a vivir como si las plantas fueran nuestras mentoras, concediéndoles el respeto que se merecen?
En mi caso, por una parte continúo con proyectos como el descrito en este artículo. Desde la perspectiva política del Estado-nación, esta consideración podría reconocerse en los derechos de la naturaleza que, sorprendentemente, se incluyeron en la Constitución de la República del Ecuador en 2008 y convirtieron a este país en el primero del mundo en asignarle esa categoría jurídica a la naturaleza. [8]
Sin embargo, desde entonces nos venimos preguntando si dicha asignación es en realidad una innovación trascendental, retórica jurídica o un proyecto político en un mundo regido por un capitalismo extractivista. Lo que queda claro es que un análisis decolonial y anti racista de lo no-humano es esencial para pensar la política interespecies más allá del teatro de la representación de la diversidad, muy propio de la demagogia.
Desde otro ángulo, los cambios que se dan al notar esa sintiencia e inteligencia de otras especies se expresan en el interés por organismos simples como un medio para entender comportamientos complejos. Por ejemplo, la misma Mimosa pudica que se contrae con el tacto, o una mosca que ha existido desde hace miles de años, sabe cómo no golpearse con las paredes, siente los límites del cuarto donde vuela y es en sí-mismo porque este saber es independiente, desarrollado dentro de su mundo epistemológico. Ese accionar que parece un simple comportamiento, le tomó al humano cientos de años en replicar.
Memoria de agua
El Pensamiento de las Plantas es también una serie sobre esa memoria guardada en un cuerpo vegetal, un cuerpo que, al igual que el cuerpo humano, es mayoritariamente agua. Una memoria de agua que rebosa y se hace transcorporal. Cuerpos vegetales, cuerpos humanos y cuerpos animales, contenedores de agua que al mismo tiempo brinda la vida. El árbol como contenedor de agua es un ser-en-sí-mismo, y deviene fuera de nosotros, pero ese devenir nos constituye. Los humanos somos dependientes de las plantas. En este ir y venir de naturalezacultura, como dice Donna Haraway, también me constituyo como un ser en sí-mismo y mis pensamientos se manifiestan. En el campo de la alianza se permite la discrepancia. Mi pensamiento y mi memoria pueden dar una respuesta en cuanto representación en el mundo, distinta a la respuesta de otro cuerpo no-humano. En tal virtud, este proyecto fue insertado en una historia real [9] como medio para especular una respuesta desde la reciprocidad y la diferencia simultáneamente. Esta historia cuenta la trágica muerte del documentalista alemán Dieter Plage, quien cayó de un globo de aire caliente mientras filmaba una película sobre el canopy del bosque lluvioso de Sumatra, en 1993.
Dieter Plage fue uno de los cinematógrafos y documentalistas de naturaleza más reconocidos en el mundo desde que empezó su carrera a finales de los años cincuenta. A él le debemos memorables registros dramáticos de humanos en interacción directa con animales salvajes en África, así como muchas otras películas sobre especies terrestres y marinas que difundió ampliamente en cadenas de televisión en Europa y Estados Unidos.
Plage, al igual que Humboldt al llegar a la Amazonía en el siglo XVIII, supo que el canopy del bosque lluvioso era aún un mundo aéreo inexplorado que debía alcanzar con su cámara.
En un tiempo previo a la era de los drones comerciales o de cualquier dispositivo controlado remotamente, Dieter Plage pactó con el ingeniero aeronáutico británico Graham Dorrington para la construcción de un globo aeroestático de aire caliente que le permitiera filmar una película sobre el canopy del bosque lluvioso, un sitio casi inaccesible hasta ese momento. Durante la filmación del documental, patrocinado por National Geographic, el globo se atascó con un árbol, y al tratarse de una nave para un único pasajero, Plage se halló ante la disyuntiva de zafarse y tratar de continuar el vuelo o salvar su cámara. Esa sería su última decisión, pues al desenredarse de la cabina, resbaló y cayó. El Pensamiento de las Plantas, finalmente, corporeiza el material visual que los árboles guardaron en sus cuerpos de agua como testigos de esta tragedia. Agua convertida en imagen.
El mundo también está hecho de ausencias. Insectos miméticos desaparecen sobre hojas ante la limitación de otros ojos. Esos insectos viven por su ausencia. Son en la medida en que desaparecen ante otras miradas. También ante nuestra mirada. No hay reciprocidad en este caso. Es una ausencia del ser en sí-mismo que le da la posibilidad de existencia. La ausencia también construye al mundo.
En el proyecto incluyo una escultura inflable que es una réplica a escala de la nave accidentada, y que lleva como título Obituario. Con ella quise contar una historia de deceso, una ausencia que ha producido un legado, una forma de ver y la posibilidad de una reciprocidad de la mirada. Esta construcción de una forma de ver se conecta con principios éticos no occidentales al demostrar entendimiento sobre el ser en sí-mismo contenido en el entorno natural. Una forma de mirar a la psique del universo, como diría el científico Francisco Varela.
En 1940, Jakob Von Uexküll, un biólogo alemán especializado en etología animal, escribió que una “telaraña está [...] formada de una manera ‘afín a las moscas’ porque la araña misma es afín a estos insectos. Ser afín a las moscas significa que la estructura del cuerpo de la araña ha tomado algunas de las características de la mosca”. [10] Una telaraña es una extensión física de la araña y una representación geométrica y precisa que le permite capturar insectos tan eficientemente que pareciese un pacto común. Ser consciente de otro ser penetrando su mundo fenomenológico en cierto sentido requiere una difuminación ontológica: ¿qué parte de la tela es mosca y qué parte es araña? o ¿qué parte de las fotografías de esta serie son bosque y qué parte soy yo? La transferencia de sentidos en este proyecto indica cómo ciertos intentos de comunicación transespecie también conllevan una suerte de devenir que difumina los límites ontológicos, en este caso, entre humano y vegetal. Ese devenir vegetal no niega que el cuerpo humano está siempre presente detrás de la imagen, sino que abre la posibilidad de la difuminación, y desde ese punto el proyecto plantea preguntas sobre el significado del ser humano, a la vez que presenta a humanos y plantas como compañeros cosmonaúticos.
En otras palabras, no hay necesidad de evitar la representación como si fuera un proceso malévolo y eurocéntrico de disociación entre cosas y palabras. En cambio, presionamos por una representación que abarque un verdadero acceso —y una experiencia desbordante— a la riqueza del mundo.
[1] Andrés Lomeña, “Qué se siente al ser una planta”, Huffington Post: Blogs (27 Marzo 2020) https://www.huffingtonpost.es/entry/que-se-siente-al-ser-una-planta_es_5e7cc9a4c5b6256a7a2634a8?fbclid=IwAR2fG1ETA6w9ULZKHF-5RJ-Xv-aepV_G7l [Last visited: 5/6/2020]
[2] Alice Bucknell, "The Pioneering Artist Who Harnessed Science to Communicate with Plants" (16 Octubre 2019) https://www.artsy.net/article/artsy-editorial-pioneering-artist-harnesse... [Last visited: 1/6/2020]
[3] A principios del 2019, en el Zoológico de Londres ZSL científicos instalaron celdas de combustible microbianas en la exhibición Rainforest Life, con el fin de cargar de energía biológica un dispositivo que permite a una planta tomarse una foto. El objetivo final es el de usar plantas para alimentar las cámaras trampa y sensores en la naturaleza. El especialista en tecnología de conservación Al Davies dice: “Las plantas depositan naturalmente biomateria a medida que crecen, lo que a su vez alimenta las bacterias naturales presentes en el suelo, creando energía que las celdas de combustible pueden aprovechar y utilizar para alimentar de forma remota una amplia gama de herramientas vitales de conservación, incluidos sensores, plataformas de monitoreo y cámaras trampa. La mayoría de las fuentes de energía tienen límites: las baterías deben reemplazarse mientras los paneles solares dependen de una fuente de luz solar, pero las plantas pueden sobrevivir a la sombra, moviéndose naturalmente a su posición para maximizar el potencial de absorción de la luz solar, lo que significa que el potencial de energía alimentada por las plantas es prácticamente ilimitado". https://www.zsl.org/zsl-london-zoo/news/say-green-cheese
[4] Desde 1974, al fundar Bio-Arts Lab, Richard Lowenberg condujo experimentos de comunicación interespecies y tuvo acceso a orcas en la Columbia Británica, a delfines en el acuario de San Francisco, a focas con el explorador antártico Thomas Poulter de la Universidad de Stanford y, después, accedió a la célebre gorila Koko.
[5] Eduardo Kohn, How forests think: Toward an anthropology beyond the human. (Berkeley: University of California Press, 2013).
[6] Ibid.
[7] Aquí me permito hacer un paralelismo con la idea de devenir de Deleuze: “El animal ya no se define por caracteres (específicos, genéricos, etc.), sino por poblaciones, variables de un medio a otro o en un mismo medio. El movimiento ya no se realiza sólo o sobre todo por producciones filiativas, sino por comunicaciones transversales entre poblaciones heterogéneas. Devenir es un rizoma, no es un árbol clasificatorio ni genealógico. Devenir no es ciertamente imitar, ni identificarse; tampoco es regresar-progresar; tampoco es corresponder, instaurar relaciones correspondientes; tampoco es producir, producir una filiación, producir por filiación. Devenir es un verbo que tiene toda su consistencia; no se puede reducir, y no nos conduce a "parecer", ni "ser", ni "equivaler", ni "producir". El devenir es del orden de la alianza. Si la evolución implica verdaderos devenires es en el basto dominio de las simbiosis que pone en juego seres de escalas y reinos completamente diferentes, sin ninguna filiación posible”.
[8] Farith Simon, “Derechos de la naturaleza: ¿innovación trascendental, retórica jurídica o proyecto político?” en Iuris Dictio, año 13, vol, 15 enero - junio 2013.
[9] Dieter Plage fue un naturalista con una profunda comprensión y simpatía por las criaturas que filmó. Su estilo personal fue pionero entre los documentalistas de naturaleza, dado que en lugar de simplemente filmar la historia natural de una manera ortodoxa, él concibió y cubrió grandes historias sobre relaciones de personas y vida salvaje de una manera dramática que cautivó a los espectadores. Su trabajo contribuyó para que los humanos tomen conciencia de la naturaleza como un mundo a venerar y respetar en aras de su propia supervivencia. El trágico incidente donde perdió la vida está contado en el documental The White Diamond de Werner Herzog y Graham Dorrington, que se filmó en Guyana en 2004.
[10] Eduardo Kohn, “How Dogs Dream: Amazonian natures and the politics of transspecies engagement” en American Ethnologist 34 (1) 2007, 3–24.